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APOLOGIA DE LOS MICROBIOS

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[Lo que sigue es un ejercicio de cuestionamiento de la Teoría Microbiana de la Enfermedad o, cogido desde el otro ángulo, de defensa de los microbios, desde un enfoque filosófico clásico basado en la Apología de Sócrates y algunos Diálogos de Platón. Todos los textos entre corchetes y en cursiva son literales de las traducciones castellanas de las obras de Platón que se citan en el apartado de bibliografía y referencias. El resto es lo que buenamente hago yo decir a Sócrates a partir de mis lecturas de los Diálogos en 1977 y un repasito actual, claro. Como Sócrates no pudo citar referencias modernas, he añadido en un anexo bibliográfico documentos, artículos, libros o páginas web que él no llegó a leer nunca pero que apoyan sus palabras en esta versión simbiótica de la Apología]
Jesús García Blanca


[No sé, atenienses, no sé la impresión que habrá producido en vuestro ánimo la palabra de mis acusadores. De mí os diré que oyéndolos casi me parecía que yo no era el mismo; tal ha sido su modo de persuadir. Y, sin embargo, hablando francamente, ni una palabra han dicho que sea verdadera.]


Y digo de mis acusadores, porque como muchos ya sabéis me he erigido en defensor y valedor de esas pequeñas criaturas, en cierto modo invisibles, que Lycon quiere que ante vuestros ojos aparezcan como culpables de nuestras desgracias, de nuestras calamidades e infortunios.


[En primer término será justo, atenienses, que responda a las primeras acusaciones falsas de que] han [sido objeto y a los primeros acusadores; después a las acusaciones recientes y a los acusadores que acaban de alzarse en] nuestra [contra. Porque muchos son los acusadores que tengo ante vosotros, hace de esto largos años, y no han dicho nada que no sea falsedad.]


¿Qué diríais, atenienses, si yo os dijera que la persona que os dio el ser, la mujer que os tuvo en su vientre cuidando de vosotros y alimentándoos mientras estuvisteis ahí, intercambiando con vosotros los fluidos y el aire, el calor y los latidos del corazón, la mujer que os parió y que os amamantó desde el instante en que llegasteis a este mundo, es vuestra peor enemiga, una amenaza terrible que os ronda en la oscuridad mientras no podéis verla, dispuesta a saltar sobre vosotros para heriros o mataros? ¿Qué diríais de esa horrible acusación, de esa monstruosa declaración?


Seguramente, atenienses, pensaríais que Sócrates se había vuelto loco pues solo la locura podría llevar a pensar que quien os dio la vida, quien viene dando la vida desde el comienzo de los tiempos, y no solo dándola, sino protegiéndola y cuidándola, pueda amenazarla, atentar contra ella o ponerla en peligro de una u otra forma. Y seguramente, atenienses, penséis que si alguien quisiera acusar a una madre de perpetrar alguna clase de daño a sus criaturas tendría que presentar ante el tribunal correspondiente pruebas muy contundentes, pruebas que disiparan cualquier genero de duda sobre algo tan ominoso.

Y sin embargo, esa es precisamente la acusación que debemos considerar aquí hoy, esa es la calumnia levantada contra las criaturas invisibles a las que he decidido, pase lo que pase, [y suceda los que Dios quiera], representar y defender ante vosotros.


Tal es la acusación que al parecer todos han aceptado sin examinarla como debería y como dicta el sentido común. Y esto ha sucedido en efecto porque el ignorante está más dispuesto a aceptar  una afirmación tanto más cuanto menos la entiende y ello es así porque quien no es capaz de dilucidar por sí mismo las cosas lo que hace es confiar en que otros lo han hecho y aceptar lo que dicen por la simple razón de que es más sencillo y menos laborioso aceptar lo que otros afirman que comprobar sus afirmaciones. 


De lo que se deduce que [el ignorante será más apto que el sabio para persuadir a los ignorantes], y ello traerá como consecuencia que una falsa teoría se extenderá más y más cuantos más ignorantes la profesen y defiendan. Y es fácil ver lo que ocurrirá con el transcurso del tiempo: que una multitud de ignorantes habrán aceptado una falsedad a pesar de lo que unos pocos, que sí decidieron comprobar las cosas por sí mismos, advirtieron en vano. En este caso que nos ocupa, que esas pequeñas criaturas invisibles pero vivas son generadoras de enfermedad. Una afirmación que hicieron unos pocos mediante fraudes y plagios y sobre todo, con el apoyo de los fuertes, más ignorantes aún que ellos, pero contando con una ventaja determinante: la fuerza bruta exenta de toda virtud, la influencia vacía de su riqueza y el poder terrible de la amenaza y el miedo que puede paralizar a los ignorantes.


[Y bien, Sócrates —me dirá sin duda alguno de entre vosotros— entonces ¿qué es lo que hacen esas criaturas invisibles? ¿De dónde vienen esas calumnias que se han difundido contra] ellas? [Dinos pues en qué consiste esto, a fin de que no formemos un juicio temerario sobre] ellas.


[No puede haber lenguaje más justo, y voy a esforzarme en explicaros] lo que yo he podido vislumbrar aunque estoy lejos de dominar tan extensos conocimientos. Pero estoy firmemente persuadido de que es la duda y no la certeza la mejor herramienta para llegar al conocimiento. En efecto, [no es teniendo yo claridad como induzco a confusión a los otros, sino estando yo en mayor confusión que nadie como hago que lo estén otros]. Y es esa confusión la madre del aprendizaje, porque de la certeza no se mueve uno, pero de la confusión y la duda es posible pasar al conocimiento, de hecho, es desde el único lugar que se puede pasar al conocimiento pues la certeza nos encierra en la ignorancia que es la mayor calamidad que puede cernirse sobre la polis.
Así, atenienses, [considerad por qué os digo todas estas cosas, que si las digo es por que sepáis de dónde vienen las calumnias que han levantado] y sabiéndolo podáis juzgar por vosotros mismos con mejores antecedentes y más profusos conocimientos y por tanto con mayor acierto y justicia.

[Yo soy mas sabio que este hombre (no necesito decir cómo se llama). Puede que ninguno de los dos sepa nada de bello ni de bueno; pero él cree que sabe algo. Paréceme pues, que soy algo más sabio, cuando menos en que yo no creo saber lo que no sé.]
[Ven acá,] Lycon, [dime]: Cómo has llegado a la conclusión de que los micro-bios, esas criaturas en cierto modo invisible son las culpables de nuestras enfermedades y miserias. Dímelo puesto que has decidido convertirte en su acusador.
LYCON: Lo cierto es que todos lo dicen y así lo creen todos los médicos.
SOCRATES: Pero yo no estoy preguntado a todos los médicos y mucho menos a todos los ciudadanos, estoy preguntándote a ti, Lycon, que en este momento sostienes aquí una gravísima acusación. Dime, ¿Has llegado por ti mismo a esa conclusión?
LYCON: No, Sócrates; no he llegado por mí mismo ya que yo no soy médico ni conocedor de esos extremos. Me he erigido en acusador porque confío en quienes sí lo son.
SOCRATES: Entonces se puede decir que eres un ignorante en lo que concierne a la enfermedad y a sus pormenores…
LYCON: En efecto, en lo que concierne a ellas sí que lo soy.
SÓCRATES: Y dime, Lycon, ¿crees que el resto de los ciudadanos de la polis son sabios en lo que respecta a la enfermedad o son quizá tan ignorantes como tú en ese extremo?
LYCON: Creo que, con la excepción de los que son médicos, deben ser tan ignorantes como yo en lo que concierne a las enfermedades.
SÓCRATES: Sin embargo, ni tú ni ellos, dejan de afirmar algo con respecto a ellas que precisa conocimientos que, según reconoces, ni tú ni ellos tenéis…
LYCON: Así es, Sócrates, pero hay una explicación muy simple para esto.
SÓCRATES: Eso creo yo también. Pero dejemos que los atenienses escuchen la tuya de tus labios; adelante.
LYCON: No hay en ello ningún misterio: todos repetimos lo que hemos oido a los médicos, que sí tienen conocimientos para pronunciarse.
SÓCRATES: ¿Ves? En eso sí que estamos de acuerdo. Yo también lo creo así, es decir, los ignorantes repiten lo que dicen aquellos a quienes consideran una autoridad a pesar de que no pueden entender los argumentos y pruebas que han llevado a esas autoridades a sostener lo que sostienen. Mi confusión me lleva pues a dar un paso más y preguntarte: ¿cómo es que esas autoridades tienen el conocimiento que les permite afirmar lo que afirman?
LYCON: Porque han estudiado, Sócrates.
SÓCRATES: Quieres decir, Lycon, que esas autoridades lo que hacen es explicar aquello que estudiaron…
LYCON: Así es.
SÓCRATES: Dicho de otro modo, atenienses, esas autoridades a las que no entendéis pero cuyas palabras aceptáis ciegamente precisamente por no entender ni estar capacitados para ello, se limitan a repetir lo que sus maestros les enseñaron.
LYCON: Una vez más, así es.
SÓCRATES: Y dime, Lycon, ¿dirías que en una escuela, en una escuela cualquiera en la que se aprenda un arte, una técnica, un oficio cualquiera, el maestro es una autoridad para el alumno?
LYCON: Sabes que sí, Sócrates.
SÓCRATES: Entonces, necesariamente, por todo lo que llevamos dicho, se sigue de ello que el alumno acepta las enseñanzas del maestro porque siendo él la autoridad sería imposible las cuestionase, del mismo modo que el ciudadano ignorante acepta la autoridad del médico, el médico aceptó a su vez la autoridad de su maestro; ¿no es así?
LYCON: Aparentemente, sí, Sócrates.
SÓCRATES: ¿Aparentemente?
LYCON: Quiero decir que sí, que es lógico que sea así.
SÓCRATES: Entonces, Lycon, decídete: ¿es así porque lo parece o es así porque la lógica nos dice que es así?
LYCON: Bueno… creo que… es así porque… es lógico.
SÓCRATES: Yo también lo creo. Es lógico que los alumnos no cuestionen la autoridad de su maestro, como es lógico que una vez convertidos en maestros ellos mismos obtengan el mismo resultado, es decir, que sus alumnos no los cuestionen, y así sucesivamente. De hecho, la historia nos enseña que cuando un alumno se atreve a cuestionar a sus maestros, no suele sucederle nada bueno: se ve indefectiblemente apartado de los círculos de sus colegas, encuentra dificultades de toda clase para ejercer su oficio y sus opiniones consideradas heréticas son ridiculizadas o condenadas, llegando incluso a correr peligro su vida si esas opiniones resultan ser perjudiciales para los poderosos. ¿Convienes en esto conmigo, Lycon? ¿Has conocido algunos de esos casos de los que hablo?
LYCON: Lo cierto es que sí. He conocido opiniones heréticas que han sido merecidamente condenadas en la polis.
SÓCRATES: Tu respuesta es asimismo un argumento más en favor de lo que digo: significa que los ignorantes en lugar de ponerse del lado de quien cuestiona a la autoridad lo hacen del lado de la autoridad que les ha impuesto una idea y apoyan cualquier clase de represalia contra quienes la cuestionan. Eso supone no solo que los ignorantes no se cuestionan las “verdades” impuestas sino que procuran impedir que otros más inquietos que ellos lo hagan reforzando así el estado de cosas de una determinada ciencia, arte u oficio y contribuyendo a que se perpetúen los errores.
LYCON: Yo pretendía decir eso…
SÓCRATES: Efectivamente, pero una vez más, como ignorante que acepta lo que no comprende, dices lo que no pretendes, que es lo que importa a quienes dominan el discurso de la polis, a saber: que digas lo que tienes que decir, lo que se espera que digas, lo que refuerza el discurso dominante de la autoridad… Pero ahora hagamos otro ejercicio, Lycon. Remontémonos a los orígenes de esa “verdad” repetida una y otra vez.
LYCON: ¿Qué quieres decir, Sócrates?
SÓCRATES: Quiero decir lo que digo, porque yo sí digo lo que quiero decir. Y te pregunto: Si cada generación de alumnos acepta lo que dice su maestro, que a su vez aceptó lo que dijo el suyo… ¿de dónde salió esta idea concreta que estamos juzgando aquí hoy, la idea que subyace a la acusación que has decidido, incautamente desde mi modesto punto de vista, sostener, Lycon?
LYCON: ¿Cómo voy a saberlo?
SÓCRATES: Exacto, ¿cómo vas a saberlo si te has declarado ignorante en lo que concierne a los asuntos relacionados con esta acusación que sin embargo no has tenido escrúpulos en apoyar?
LYCON: No puedo contestar a tu pregunta, Sócrates.
SÓCRATES: No sufras, Lycon, era una pregunta retórica. Yo mismo te daré la respuesta: alguien propuso una teoría falsa y consiguió que se aceptara porque encontró apoyo en quienes podían beneficiarse de ella.
LYCON: ¿Y quién podría beneficiarse de una teoría falsa?
SÓCRATES: Se ocurren al menos tres grupos de personas que lo harían, Lycon. Y creo, atenienses, que incluso siendo todos los aquí presentes ignorantes en lo que atañe a las enfermedades y sus misterios, se comprenderá e incluso se compartirá lo que voy a decir: los primeros interesados son los que siempre han querido someter a los hombres a su voluntad ya que el arte Esculapio se sitúa en la frontera entre la vida y la muerte, es un terreno que despierta la avaricia de quienes siempre ha hecho uso del miedo y la mentira para dominar a los otros ¡y qué idea puede combinar con tanto éxito el miedo y la mentira que esa según la cual unas criaturas invisibles nos amenazan sin cesar! Pero, atenienses, la cosa no acaba aquí: quienes propusieron y lograron imponer esta teoría consiguieron las simpatías de todos debido a un efecto quizá no de primera importancia, pero sí de profunda repercusión: el mero hecho de culpar a esas criaturas invisibles tenía como resultado absolver a cada individuo de su propia culpa, convenciéndolo por pura conveniencia de que sus trastornos y desgracias no se deben a su comportamiento, su actitud, sus costumbres higiénicas o sus vicios, sino a esas huestes invisibles que nos acechan y pasan al ataque sin aparente motivo. Esa falsa teoría, ha venido acabando poco a poco con el arte de cuidarse, con el aprendizaje de las virtudes del cuerpo y del alma, con el equilibrio prudente en nuestras acciones y con el cuidado de lo que comemos y bebemos. Pero hay un tercer grupo interesado, si no el que más, sí el que mayor peligro representa. Me refiero, atenienses, a quienes pretenden vendernos los remedios milagrosos para combatir a esas criaturas. Y por eso, mi última pregunta para ti, Lycon es ¿Se puede curar el cuerpo y el alma con venenos? ¿No es eso una contradicción? O dicho de un modo quizá más digno del poeta: ¿Se puede cuidar la vida atentando contra ella?


[Examinad conmigo, oh, jueces, por qué razón digo que se contradice. Responde]
 Lycon. [Jueces, que responda, mandádselo; y que acabe de una vez con sus murmullos.]
[Ya que tú no quieres responder, excelente] Lycon, [soy yo quien lo dice por ti y por todos los presentes. No necesito en verdad de larga apología para probaros, atenienses, que] esta criaturas no son [culpables en ninguna manera del crimen de que las acusa Lycon.]
[Así que, ¡oh, atenienses!, nada más lejos de mi ánimo que el defenderme por amor a mí mismo, como se pudiera creer; antes bien, me defiendo por el amor que] tengo a esas criaturitas invisibles que moran en mi interior —porque es ahí dónde viven y no amenazándonos desde el exterior— [no sea que de condenarlas ofendáis al dios desconociendo el don que os concede.]
[Pruebas no me faltan de esto que os digo; pero no palabras sólo, sino hechos, que valen más, os lo probarán]. Aún así, [no me extraña que me hayáis condenado, atenienses. Lo esperaba], pues, como el mismo Lycon ha reconocido ante vosotros, quienes se oponen al discurso de la autoridad corren peligro de que sus principios éticos los lleven a la desgracia.
[La pena que ese hombre reclama contra esas criaturas invisibles es la de muerte. Está bien. Y yo, por mi parte, ¿a qué pena me condenaré? ¿A la que merezco? ¿Cuál? ¿Qué pena aflictiva, que multa puedo yo merecer, por no haber guardado para mí solo callándome lo que aprendí en el curso de mi vida].    
[Siento ahora un deseo, y es el de predeciros el porvenir que os espera a vosotros los que habéis condenado] a estas criaturas. [Os anuncio, que vosotros los atenienses que las hacéis morir que tan luego como mueran, vendrá sobre vosotros un castigo muy más duro que la muerte que habéis impuesto]. Porque esa saña, esa guerra de exterminio que hará palidecer el asalto de la ciudad de Troya o las guerras del Peloponeso o las más antiguas matanzas y campañas bélicas en la Hélade y fuera de ella, esa agresión sin límites contra las criaturas que nos dieron la vida, contra nuestras madres primigenias, se traducirá en nuestra propia calamidad, en la peor de las desgracias de la polis, de todas las polis y del mundo que hay más allá en toda la esfera de Crates.